Urbanismo social: clave para construir ciudades resilientes

Junto a los criterios técnicos y económicos, es imprescindible incorporar la participación de las comunidades para garantizar la justicia social, el respeto al medio ambiente y el bienestar colectivo.
alt-img-construccion-y-urbanismo

Sobre el autor

Las grandes metrópolis no dejan de crecer y ampliar sus infraestructuras para acoger cada día a más ciudadanos. Según datos del Banco Mundial, más del 50% de la población global (cerca de 4.500 millones de personas) habita, en la actualidad, en zonas urbanas. La tendencia al alza se considera imparable, y la situación obliga a una aceleración de los procesos urbanísticos que plantea importantes desafíos. Las agendas políticas mundiales comienzan a incorporar directivas en pro de una construcción sostenible que tenga en cuenta no solo la dimensión económica de este crecimiento, sino también la social y la medioambiental.

¿Qué voy a leer en este artículo?

 

¿Qué es el urbanismo social y cuáles son sus beneficios?

El método para mantener este ritmo de crecimiento de manera sostenible y beneficiando a las comunidades es el denominado urbanismo social. Un tipo de desarrollo urbano que coloca a las personas en el centro de los planes urbanísticos, garantizando espacios públicos accesibles, , fomenta el uso sostenible de los recursos, involucra a la propia comunidad en la toma de decisiones y asegura una distribución justa y equitativa de sus servicios. Se trata de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos avanzando hacia un futuro sostenible y una sociedad positiva.

 

“El urbanismo social es un tipo de desarrollo urbano que coloca a las personas en el centro de los planes urbanísticos, garantizando espacios públicos accesibles”.

 

Ejemplos de participación ciudadana que transforma ciudades

Como ejemplo paradigmático de la toma de decisiones por parte de la comunidad, tenemos la granja solar de Golburn, en Australia. En 2020, habitantes de esta ciudad se unieron para crear un espacio con 4.000 paneles solares que pudiesen abastecer de energía limpia a toda la comunidad. Grupos locales planificaron el proyecto y acabaron recabando de las autoridades estatales una subvención de más de 2 millones de dólares australianos. Este magnífico ejemplo de empoderamiento comunitario ha logrado, además de reforzar la participación ciudadana y obtener energía limpia y asequible, generar empleo local y obtener rendimientos económicos que han sido reinvertidos en proyectos similares.

De una acción ciudadana surgió también la High Line de Nueva York (EE.UU.), un espectacular parque urbano construido sobre más de 2 kilómetros de lo que era una vía de tren elevado abandonada. En los años 90, las autoridades locales decidieron demoler el trazado ferroviario, pero los vecinos del barrio fundaron la asociación Amigos de la High Line. Tras encargar un estudio de viabilidad económica, lograron involucrar a la alcaldía en el diseño y construcción de lo que sería el nuevo parque. Inaugurado en 2009, este espacio verde se ha convertido en un lugar de encuentro comunitario que integra un sostenible paisaje vegetal en pleno trazado urbano.

En 2017 arrancó el proyecto del barrio La Pinada (Valencia), que aspira a ser el más sostenible e innovador de nuestro país. Destinado a dar cabida a 1.400 familias, si algo destaca en este proyecto es que son los futuros habitantes quienes participan activamente en su diseño. Actualmente cuenta con un colegio, el Imagine Montessori, cuya eficiencia energética logra que su impacto medioambiental sea prácticamente nulo. Los objetivos del futuro barrio son ambiciosos, ya que promueven la movilidad baja en carbono, el consumo mínimo de energía, y una gestión fiel a la economía circular que permita la reutilización, además del cuidado de la biodiversidad. Pero, además, representan un claro ejemplo de urbanismo social al facilitar la accesibilidad a la vivienda, fomentar el comercio local e incluir cláusulas sociales y de compras éticas en todas las contrataciones que afecten a su construcción.

La protección del medio ambiente y el bienestar social fueron los objetivos que se plantearon para hacer de Vancouver (Canadá) una de las cinco ciudades, a nivel global, con mayor calidad de vida. El plan de acción Greenest City 2020 implicó a autoridades locales, organizaciones, empresas y a los propios ciudadanos para crear una metrópoli verde que ha reducido significativamente su consumo energético y favorecido el autoconsumo, la agricultura ecológica y el reciclaje de desechos orgánicos por parte de sus habitantes. Actualmente siguen en marcha diferentes proyectos para lograr que la urbe funcione con energía 100% renovable en 2050, que se renueven todos los edificios para que en 2030 sean cero emisiones y que la ciudadanía se involucre en acciones que reduzcan la huella de carbono.

 

“Para construir un futuro mejor, es imprescindible que los proyectos de urbanismo social tengan un impacto positivo en la comunidad también durante su implementación”

 

Línea Naranja de metro de São Paulo: urbanismo social en marcha

Pero, para construir un futuro mejor, es imprescindible que los proyectos de urbanismo social tengan un impacto positivo en la comunidad también durante su implementación. Es lo que se ha planteado con la Línea Naranja de São Paulo, el mayor proyecto de infraestructuras público-privado de América Latina. La construcción de una línea de metro de 15 kilómetros que conecta el centro de la ciudad brasileña con su extremo noroeste supone un indudable beneficio comunitario, ya que se estima que 633.000 pasajeros la utilizarán cada día. Además, y desde la adjudicación de las obras, ACCIONA, la empresa responsable del proyecto, ha puesto en marcha su modelo de urbanismo social fijando como objetivo en la contratación de mano de obra femenina al menos en un 12%. También, tras realizar diagnósticos socioeconómicos de las zonas que atravesará la línea de metro,  la compañía ha desarrollado diferentes proyectos de promoción de la igualdad de género que facilitan a mujeres en situación vulnerable formación profesional en distintos ámbitos que les permiten generar ingresos.

Así arrancaba el proyecto Mujeres en la construcción, que propugna promover la inclusión y dar visibilidad al talento femenino en  el ámbito de la construcción.

La responsabilidad social, en este caso, ha ido más allá con proyectos paralelos como ACCIONA en las Escuelas, que ha logrado que jóvenes de las áreas periféricas se sientan parte del futuro de la movilidad a través de talleres de diseño, fotografía, música y pódcast, y también mediante mejoras en las infraestructuras de sus escuelas que incluyen pequeños huertos urbanos.

En el aspecto medioambiental, todas las labores de construcción han incorporado acciones que reducen sustancialmente la huella hídrica de las mismas y aprovechan los residuos generados, muchos de los cuales son reciclados y destinados a cooperativas locales. Por último, con cierta similitud al High Line de Nueva York, la línea 6 cuenta con un diseño paisajístico en el que se incluyen más de 2.000 árboles.

El urbanismo social no es solo una alternativa, sino una necesidad para diseñar ciudades resilientes y sostenibles. Su enfoque participativo permite construir desde hoy un futuro urbano más justo para las personas y respetuoso con el medioambiente, un futuro capaz de construir una sociedad positiva en superávit de bienestar.

Sobre el autor