Lenguaje y sostenibilidad: el peligro de estar en boca de todos

El lenguaje da forma a nuestra realidad, pero ¿qué ocurre cuando generalizamos términos como sostenibilidad? Una reflexión necesaria.
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El lenguaje es un ente vivo, y el principal vehículo de comunicación con que cuenta el ser humano. Las palabras aportan contenido, y las utilizamos para expresar pensamientos, emociones o situaciones de la manera más acorde posible con la realidad que intentamos transmitir. Más aún, para que dicha realidad adquiera significado es imprescindible estructurarla con el lenguaje. De esta forma, el lenguaje construye la realidad. En esta línea, el filósofo y crítico George Steiner dejó escrito que «lo que no se puede conceptualizar no se puede decir, y lo que no se puede decir no puede existir».

 

                                 “El lenguaje construye la realidad, lo que no se puede decir no puede existir”

 

Pero, ¿qué ocurre cuando las palabras que utilizamos pierden coherencia con lo que intentamos expresar? Actualmente, la velocidad con que nos comunicamos, potenciada por el empleo de la tecnología, está provocando que muchas palabras se utilicen de modo abusivo y superficial. Esto conlleva una progresiva falta de credibilidad y la consiguiente pérdida de confianza en su significado.

 

Palabras de moda que pierden su significado real

Un ejemplo sintomático es el de la palabra paradigma, que según la RAE sería un modelo que se acepta sin cuestionar y que sirve de base para avanzar en el conocimiento. Sin embargo, este término entró en el mundo empresarial, convirtiéndose en una palabra comodín para aludir a cualquier variación de las directivas que rigen un determinado negocio. Después saltó a la política, emparentado con cualquier cambio normativo o ideológico. Por último, el cambio de paradigma llegó a los medios de comunicación y, de ahí, a la ciudadanía en general, hasta dar la sensación de que vivimos en una continua variación de los modelos incuestionables de conocimiento.

Así, poco a poco, muchos términos se convierten en la palabra de moda; y ya sabemos lo volátiles que son las tendencias. Conceptos como globalización, populismo, nacionalismo, totalitarismo, vulnerabilidad, inclusión, responsabilidad o sostenibilidad, repetidas hasta la extenuación en todo tipo de ámbitos, van perdiendo significado y dejan de tener importancia y credibilidad para la ciudadanía.

El caso de la palabra sostenibilidad es otro de esos ejemplos más evidentes. La comida de la que nos alimentamos es sostenible, los envases en que se distribuye también lo son y los métodos que se utilizan para transportarla. Es sostenible la ropa que vestimos, y los muebles que utilizamos, también el turismo que realizamos. Vivimos en la era de la sostenibilidad. O, al menos, eso puede parecer. Si acudimos al diccionario, comprobaremos que el adjetivo sostenible refiere simplemente a aquello se puede sostener por sí mismo.

 

Breve historia del término sostenibilidad: del Informe Brundtland a hoy

Pero el concepto de sostenibilidad, aunque parece que siempre estuvo ahí, no nació hasta 1987. Un ejemplo evidente de que lo que no se nombra no existe. Aquel año, varios países elaboraron un informe para la ONU con la intención de analizar el hecho de que el avance social se estaba desarrollando a costa de provocar un elevado daño medioambiental.

El conocido como Informe Brundtland incorporaba el concepto de desarrollo sostenible para definir la necesidad de cambiar los patrones de producción y consumo de forma que se puedan satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin poner en peligro que las de las generaciones futuras también puedan hacerlo. Nacía, por tanto, la verbalización de un concepto necesario con el que se reclamaba un modelo socioeconómico en que productividad y competitividad concilien el desarrollo económico con el social y el medioambiental.

 

                                        “Vivimos en la era de la sostenibilidad. O, al menos, eso puede parecer”

 

En nuestro país, la RAE no incluyó el sustantivo sostenibilidad en el Diccionario de la Lengua Española hasta 2014, aceptando el reclamo de numerosas iniciativas ciudadanas. Una de estas fue la Plataforma Sostenibilidad al Diccionario que, impulsada por actores sociales y empresas privadas, llegó a recopilar más de 500 definiciones del término que evidenciaban su creciente uso aludiendo a un desarrollo conciliador con las personas y el entorno. Pero, desde hace unos años, el término ha comenzado a utilizarse ampliamente aplicado a casi cualquier cosa.

 

 

La sostenibilidad: del concepto al cliché

Aprovechando el creciente interés en el cuidado del planeta, vemos cómo un término que se fue extendiendo como una necesidad social y medioambiental se aplica cada vez con más recurrencia a casi cualquier producto, actividad o iniciativa que tenga algún parentesco, por pequeño que sea, con la ecología. Y por eso, estamos asistiendo a la generalización del término sostenibilidad de tal modo que el referente inicial al que alude se va diluyendo en una especie de cajón de sastre en el que cualquier mención medioambiental o social tiene cabida.

 

Estamos asistiendo a la generalización del término sostenibilidad de tal modo que el referente inicial al que alude se va diluyendo.

 

La consecuencia de procesos semánticos como este es que los modelos económicos y las iniciativas basadas en la verdadera sostenibilidad pierden fuerza debido al uso inadecuado y excesivo del término. Pero, más peligroso aún es el hecho de que su abuso puede acabar provocando rechazo.

 

Recuperar el valor de las palabras

Más allá de identificar lo sostenible con algo simplemente «bueno» o «moderno», un ejercicio de reflexión al respecto nos permitiría recuperar el profundo y necesario sentido con que se puso nombre a una necesidad real. Es imprescindible preservar el lenguaje como la principal herramienta para configurar adecuadamente nuestra realidad. Para ello, antes de incorporar a nuestra comunicación cualquier palabra que parezca estar de moda, sería más positivo analizar su significado exacto y comprobar si es aplicable a lo que intentamos expresar.

 

“Es imprescindible preservar el lenguaje como la principal herramienta para configurar adecuadamente nuestra realidad.”

 

Preservar el valor de las palabras es una forma de cuidar el mundo que construimos con ellas. La sostenibilidad, como tantos otros conceptos que nacieron para guiar transformaciones profundas, merece un uso responsable y consciente. Solo así podrá seguir siendo motor de cambio y no un simple eco vacío entre discursos. En un tiempo en que lo urgente a menudo desplaza a lo importante, detenernos a pensar en el significado real de lo que decimos es, quizás, uno de los actos más sostenibles que podemos ejercer.

 

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