¿Puede un colegio fabricado con residuos ser 100% autosuficiente?
La localidad uruguaya de Jaureguiberry alberga la única escuela latinoamericana construida bajo los principios de la economía circular, el uso responsable del agua y las energías renovables.
La sostenibilidad y el medio ambiente —en cualquiera de sus enfoques— lleva años presente en las escuelas, tanto como materia electiva, como en elementos arquitectónicos (pintura ecológica, vidrio reciclado, hormigón prefabricado…) y auxiliares (reciclaje de residuos, paneles solares, riego de zonas verdes…). Sin embargo, hay un centro que ha querido poner en práctica su compromiso de manera radical. Se trata de la escuela uruguaya de Jaureguiberry, una región a ochenta kilómetros de Montevideo, que no llega a los quinientos habitantes, ubicada sobre las costas del Río de la Plata. Es la primera en Latinoamérica construida a partir de residuos y que funciona de manera autosuficiente. Se trata de un proyecto público, innovador y eficaz con capacidad para cien alumnos, de entre 3 y 12 años.
Una infraestructura construida con materiales de segunda vida
El edificio está construido combinando materiales tradicionales (ladrillo, cemento, etc.) con otros que fueron recogidos y aportados por los vecinos. En cifras: se utilizaron dos mil neumáticos, cinco mil botellas de vidrio, dos mil metros cuadrados de cartón y ocho mil latas de aluminio. Cien voluntarios provenientes de treinta países decidieron contribuir a esta insólita empresa durante casi dos meses, así como entidades públicas y privadas.
Energía solar, recolección de agua y cero residuos
En los 270 metros cuadrados que ocupa, todo es sostenible, desde los paneles fotovoltaicos y los molinos de vientos que la surten de luz, al reutilizamiento de las aguas que riegan la huerta orgánica y los invernaderos. El techo del edificio cuenta con recolectores de agua de lluvia con capacidad para treinta mil litros, que se almacenan en cuatro tanques, donde se potabiliza. Dispone de tres aulas, dos cuartos de baños y distintas zonas comunes.
La comunidad como motor del proyecto educativo
Lo fascinante, más allá del proyecto en sí, cuyos resultados siguen siendo una referencia para el continente, es el modo en que fue capaz de involucrar a la comunidad, a sectores públicos y privados, y cómo incentivó la colaboración desinteresada de voluntarios nacionales y foráneos en una iniciativa pedagógica en distintos niveles que ha tenido importantes repercusiones en la economía local, así como en el fortalecimiento del tejido social.
Jaureguiberry contaba en origen con una escuela alquilada, pero siempre soñó con disponer de una en propiedad, no sujeta a especulaciones o veleidades de cualquier tipo. En su momento fue una escuela comunitaria, de la que se hacían cargo las propias familias, y en la que se impartían talleres de manera altruista, compaginando los conocimientos de los vecinos con las necesidades educativas de los alumnos. Sin embargo, la Liga de Fomento, encargada de desarrollar económicamente la zona, propuso trasladar la escuela, algo a lo que se negaron los vecinos. Después de años de negociaciones, esta escuela rural pertenece a todos.
Aprender haciendo: huerta, cocina y economía circular
Los alumnos no solo aprenden sobre el respeto a la naturaleza, sino que lo ponen en práctica, tanto en la huerta como en los invernaderos, reciclan los materiales y todo ello incorporándolo a su vida cotidiana. Alrededor de una hora semanal destinan a cuidar las plantas y los alimentos (fresas, acelgas, patatas, lechugas, tomates…), productos que después cocinan entre todos y degustan en el comedor. Además, la escuela no produce residuos, todo es reutilizado, de un modo u otro.
La idea de construir una escuela de estas características surgió de Martín Espósito, coordinador de la asociación civil Tagma, que se dedica a poner en práctica iniciativas innovadoras que vinculan lo educativo con el medio ambiente. Él contactó con el arquitecto estadounidense Michael Reynolds, fundador de Earthship Biotecture, dedicada a diseñar proyectos de vida a partir de casas sostenibles, autosuficientes y con impacto mínimo medioambiental. Lo que parecía en un primer momento un propósito utópico fue tomando cuerpo. Finalmente, Reynolds viajó hasta Jaureguiberry e hizo realidad algo similar a otras construcciones suyas en Sierra Leona, Guatemala, México, Haití, Australia, Escocia, Bélgica, España, Canadá o Estados Unidos.
Una vez estudiadas las posibilidades del terreno y evaluados los materiales disponibles, en apenas un mes y medio la escuela estaba en pie. Se inauguró de manera oficial el 16 de marzo de 2016.
Lo que nació como una iniciativa casi utópica se ha convertido en un símbolo de cómo la participación de toda una comunidad, la innovación y el respeto por el entorno pueden levantar mucho más que un edificio: puede redefinir las bases de los modelos educativos del futuro. En un mundo que busca soluciones resilientes, esta pequeña escuela uruguaya ofrece una grande: construir con propósito.