Mujeres rurales, las que siembran un futuro con igualdad

Ellas conocen la tierra como la palma de su mano, pero aún pisan un suelo desigual. Las mujeres rurales sostienen la agricultura del mundo mientras enfrentan barreras que frenan su potencial.
alt-img-medio-ambiente

Sobre el autor

En todo el mundo, más de 1.700 millones de personas viven en zonas rurales. Las mujeres rurales representan un tercio de la población del planeta y el 43% de la mano de obra agrícola, según ONU Mujeres.

Cultivan, siembran y cosechan. Cuidan de la tierra, de los animales y de sus familias. Saben bien de los ciclos del clima, las semillas que mejor resisten y las prácticas que permiten producir sin agotar las tierras.

En América Latina, el 40% de la producción de alimentos está en manos de las mujeres rurales, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Sin embargo, enfrentan una larga lista de desigualdades. Tienen menos acceso a la tierra, a créditos, a tecnología, a educación, a espacios de decisión. Esas barreras afectan no solo sus vidas, sino también el futuro de un mundo cada vez más hambriento.

¿Qué voy a leer en este artículo?


Un campo de desigualdades

Al sur de Ecuador, en Saraguro, María Mercedes Quizphe es agricultora indígena y coordinadora de la Red de Mujeres Rurales de su país. Ella y sus compañeras se identifican como Chaski Warmikuna, “mujeres mensajeras” en kichwa, y defienden la vida a través de la protección de las semillas nativas de maíz, quinua y otros cultivos, pero también desde la sanación colectiva frente a la violencia de género.

“Por miedo muchas compañeras dicen: ‘yo no me quiero separar de mi marido, no voy a poder salir adelante’, pero yo he pasado por todo eso y sí se puede salir, sí se puede vivir”, recuerda Quishpe en un reportaje de LatFem y We Effect América Latina. “No me da vergüenza contar mi historia porque es lo que viví y les pasa a muchas mujeres”.

En efecto, el testimonio de Quishpe no es aislado en las zonas rurales. La violencia que enfrentan muchas mujeres es una de las expresiones más crudas de la desigualdad estructural. En los campos de América Latina, solo el 30 % de mujeres posee tierras agrícolas, según International Land Coalition. Y cuando acceden a ellas, suelen ser más pequeñas y de peor calidad. Su historia se repite en cada rincón del planeta. Menos del 15 % de los propietarios de tierras en el mundo son mujeres, aunque producen la mayoría de los alimentos básicos.

La proporción de mujeres entre los propietarios de tierras agrícolas o titulares de derechos de tenencia segura oscila entre el 6,6 % de Pakistán (cifra de 2018) y el 57,8 % de Malawi (2020). En 14 países, al menos el 70 % de los propietarios de tierras o titulares de derechos de tenencia segura son hombres. Muchos de esos países se encuentran en África occidental, pero también hay ejemplos en el continente asiático (Pakistán) y en América Latina y el Caribe (Honduras y Perú).

Según Open Global Rights, las barreras históricas que dificultan que las mujeres sean propietarias de tierras, empresas o incluso viviendas se repiten en todo el mundo. Hasta 1850, por ejemplo, las mujeres casadas en Estados Unidos no tenían derecho legal a poseer tierras, y en Brasil este derecho no se reconoció plenamente hasta la Constitución de 1988. En Nicaragua, no fue hasta 2010 cuando se impulsaron reformas para facilitar a las mujeres rurales el acceso a créditos y así abrirles el camino hacia la titularidad de la tierra.

 

La brecha salarial del campo

Además, las brechas salariales persisten: por cada dólar que gana un hombre en la agricultura, una mujer gana apenas 82 centavos, según el informe La situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios de la FAO. Esto es 18 % menos solo por el hecho de ser mujer.

Aparte de esas barreras de género, cuando ocurre una crisis son ellas las más afectadas, advierte el mismo informe. Por ejemplo, durante la pandemia de covid-19, el 63 % de mujeres encuestadas en América Latina vieron caer sus ingresos y casi la mitad tuvo más dificultades para acceder a servicios bancarios o créditos, según un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Además, la cuarentena en el campo agravó la violencia de género y la sobrecarga de cuidados.

Esta situación refleja una forma de desigualdad silenciosa: millones de mujeres sostienen la producción de alimentos trabajando como trabajadoras familiares auxiliares, un rol que, en la mayoría de los casos, no se remunera directamente ni se reconoce como empleo formal. Esto limita su acceso a prestaciones sociales, servicios de extensión agrícola, programas de capacitación y créditos, perpetuando un círculo de dependencia económica.

A escala global, casi la mitad de las mujeres en la agricultura (49 %) desempeñan este tipo de trabajo no remunerado, mientras que entre los hombres la proporción apenas alcanza el 17%. En regiones como el África subsahariana, donde la agricultura es una de las principales fuentes de sustento, el 35% de las mujeres del sector son trabajadoras familiares auxiliares.

Esta invisibilidad laboral no solo restringe su autonomía económica, sino que también reduce su poder de decisión dentro del hogar y la comunidad, y profundiza la brecha de género en la propiedad de la tierra y los recursos productivos.

 

Sembrando un futuro más igualitario

Las mujeres rurales ya están sembrando un futuro más igualitario. Lo hacen cada vez que protegen una semilla, organizan a su comunidad o rompen el silencio frente a la violencia. Pero no pueden hacerlo solas.

En India, SEWA agrupa a más de 3,2 millones de mujeres en 18 estados, promoviendo microcréditos, seguros agrícolas y mercados cooperativos. En Nepal, la cooperativa ActionAid Nepal impulsa bancos de semillas y cultivos orgánicos, dando empleo a viudas y mujeres marginadas. En Uganda, la National Association of Women’s Organisations trabaja para que más mujeres sean titulares de tierras y tengan acceso a mercados (NAWOU).

En Kenia, la African Women Agribusiness Network conecta a productoras de frutas, café y té con mercados internacionales (AWAN). En España, la Red Española de Mujeres en el Medio Rural (REMM) defiende la igualdad en las explotaciones familiares y promueve el liderazgo femenino para evitar el abandono de pueblos rurales (REMM).

Si las mujeres rurales tuvieran las mismas condiciones que los hombres, la productividad agrícola aumentaría entre un 20 y un 30% en el mundo, según la FAO. Esto podría significar alimentar a entre 100 y 150 millones de personas más.

Y no solo eso. El PIB en el mundo aumentaría un 1%, esto equivale a casi 1 billón de dólares estadounidenses. Además, esto implicaría que la inseguridad alimentaria en el mundo se reduciría aproximadamente un 2% y el número de personas que pasan hambre se reduciría en 45 millones. Entonces, cerrar las brechas de género no solo es una cuestión de igualdad, sino de oportunidad más allá del mundo rural.

Cerrar las brechas de género en el campo no es un favor, es una necesidad urgente para un mundo que exige más alimentos, más sostenibilidad y más justicia. Reconocer y garantizar a las mujeres rurales los mismos derechos, recursos y oportunidades que a los hombres no solo honra su conocimiento y su trabajo: multiplica la capacidad de cada hectárea cultivada, fortalece comunidades enteras y alimenta un futuro con igualdad para todas y todos. Allí donde hoy siembran resistencia y esperanza, germina la posibilidad de un mañana más fértil y más justo.

 

 

Fuentes:

Sobre el autor