¿Se puede aprender sobre reciclaje montado en un tiovivo?

Lîla es una compañía artística que convierte materiales reutilizados en juegos, creando espacios donde niñas y niños, además de jugar, pueden aprender e imaginar un futuro mejor.
alt-img-sociedad-positiva

Sobre el autor

Cuando a Emiliano Matesanz una empresa le pidió que construyera cinco juegos tradicionales con materiales reutilizados no se imaginaba hasta dónde llegaría aquel proyecto. Nacido en Argentina y asentado en Mallorca desde la infancia, pasó un tiempo en Asturias, donde tenía un pequeño taller de artesanía. Allí, utilizaba el metal y el vidrio para hacer esculturas y bisutería que vendía en mercados de artesanías. La idea de los juegos le gustó y decidió probar con bicicletas viejas, ollas y tuercas que iba recogiendo por algunas chatarrerías de Avilés.  «Cuando los terminé, los expuse en el mercado ecológico de Gijón y fue un éxito. Se llenó de familias que jugaron durante todo el fin de semana y, en ese momento, me di cuenta de que había nacido algo nuevo, que había infinitos caminos para experimentar desde el juego, aunque todavía no podía imaginarme que esto cambiaría mi vida por completo», recuerda.

Me gustan las cosas viejas, […] las maderas que vuelven gastadas del mar, el óxido de los metales olvidados y todo lo que sucede cuando hay poco y hay que inventar con lo que se tiene”


Así nació Lîla Juegos Reciclados, una compañía artística y educativa que, desde 2014, transforma materiales descartados en atracciones itinerantes y espacios de juego. De esta forma, mezcla el juego, el arte y la imaginación, pero también la sostenibilidad y la circularidad. Emiliano encuentra belleza en lo usado y lo imperfecto. «Me gustan las cosas viejas, los colores gastados, las líneas curvas hechas con la mano, las maderas que vuelven gastadas del mar, el óxido de los metales olvidados y todo lo que sucede cuando hay poco y hay que inventar con lo que se tiene», explica.

El arte tiene la capacidad de conmovernos, pero también de generarnos dudas, de hacernos pensar y de inspirarnos. Para Emiliano, arte y sostenibilidad van de la mano y transformar lo descartado en nuevas posibilidades es una forma de repensar el mundo en el que vivimos. «Los recursos se agotan y cualquier futuro posible tendrá que ser sostenible».

 

                 “Cualquier futuro posible tendrá que ser sostenible y reciclado, porque los recursos se agotan”

 

Poco a poco, Lîla se ha convertido en su proyecto de vida y también en un espacio de referencia en Mallorca, donde queda su sede. En Sa Fàbrica Lîla del Reciclaje, «empieza todo, es nuestra casa. Nos visitan las escuelas, organizamos festivales, fiestas de cumpleaños y talleres.  Es un lugar diferente que está en continua transformación. Es un lugar donde niñas y niños experimentan», explica Emiliano. Han aprendido a identificar las necesidades para crear actividades que realmente les motiven y, para Emiliano, no hay satisfacción mayor que ver felices a niñas y niños. «Si soy capaz de contribuir en algo, si, como adulto, puedo aplicar algún conocimiento para crear momentos donde se la pasen bien, me siento útil».

 

De la creación de juegos a la transformación social

Con el tiempo, Lîla ha llevado sus juegos reciclados a distintos países y ha expandido su impacto. «La acogida ha sido estupenda siempre. Todos los lugares son diferentes y, a la vez, todos se parecen un poco. La reacción de un niño ante nuestra propuesta no es muy distinta en Mallorca, en Australia o en África». Sin embargo, aunque el juego es una experiencia universal, las condiciones en las que crecen niñas y niños varían enormemente. Y sus necesidades, también.

En Sierra Leona, entendieron que su compañía artística también podía convertirse en una herramienta para ofrecer oportunidades a jóvenes en contexto de vulnerabilidad. Llegaron allí gracias a la iniciativa de Marcos Portillo, de Escuelas de Wara Wara, quien se presentó un día en Sa Fábrica para decirles que lo que estaban haciendo en Mallorca también hacía falta en Sierra Leona. «Fuimos para empezar un taller de formación para jóvenes de la calle y estuvimos arropados por un misionero extraordinario que se llama Jorge Crisafulli, que fue el impulsor de Don Bosco Fambul y que, en ese momento, también era el director. Luego, estando allí, el proyecto se fue ampliando. Fuimos asumiendo nuevos retos. Hubo de todo: natación, clases de inglés, matemáticas, circo, deportes… Recorrimos el país visitando escuelas y aldeas con los juegos que fuimos construyendo y hasta llegamos a tener nuestra propia casa para jóvenes sin hogar».

“Intentamos darles herramientas para que tengan un futuro mejor, para que puedan imaginarlo, para que sientan el derecho a soñar”

El camino no ha sido fácil y han trabajado con menores en situaciones muy complicadas.  En Don Bosco Fambul, por ejemplo, llegaron a vivir más de 180 menores rescatados de las calles de Freetown, donde vivían en condiciones extremas, sin acceso a sus derechos más básicos. «Cada niño, cada niña, tiene una historia que impacta», afirma Emiliano.  De esta forma, lo que comenzó como un proyecto de juegos reciclados se ha convertido en una iniciativa con un impacto social mucho mayor. Para canalizar este crecimiento y apoyar sus acciones sin ánimo de lucro, Emiliano y su equipo crearon LlumArt, una asociación que respalda los proyectos sociales de Lîla y facilita su expansión a comunidades en situación de vulnerabilidad.

El derecho a creer en un futuro

El juego es una necesidad fundamental en la infancia, pero en muchas partes del mundo sigue siendo un privilegio. Para Lîla, el juego no es solo entretenimiento, sino una herramienta de transformación. «Intentamos darles herramientas para que tengan un futuro mejor, para que puedan imaginarlo, para que sientan el derecho a soñar, para que se sientan importantes, para que la vida no sea solo levantarse pensando en cómo conseguir un plato de comida», señala Emiliano.

Sin embargo, reconoce que hablar de derecho al juego resulta complejo cuando lo urgente es la supervivencia: «No se puede hablar de derecho al juego donde, muchas veces, falta la comida». Aun así, sostiene que este es una constante en la infancia, sin importar las circunstancias: «Siempre se puede jugar; niñas y niños siempre juegan, incluso cuando trabajan».

Creo que lo mejor que se puede hacer en esta vida es vivir y trabajar al servicio de las personas más necesitadas


Con esta visión, Lîla sigue expandiendo sus proyectos. Si todo marcha según lo previsto, este año regresarán a Senegal para desarrollar un programa dirigido a niñas y niños sordos. «Sería algo parecido al proyecto de Sierra Leona, un taller de formación de tres años que también funcionaría como centro cultural. Ahora acabamos de volver de allí, ya tenemos el lugar, el socio local y casi todo lo que hace falta para empezar el proyecto», adelanta Emiliano. Su compromiso con la infancia y la educación sigue creciendo.  «Creo que lo mejor que se puede hacer en esta vida es vivir y trabajar al servicio de las personas más necesitadas», concluye.

 

Sobre el autor