Día mundial contra la desertificación: de los hielos blancos a la blanca sal

El periodista Amaro Gómez-Pablos alerta del avance de la desertificación en Chile.
Wind energy on Global Wind Day

Giran las aspas del helicóptero en nuestro ascenso a las montañas.  Vamos en busca de los glaciares… esa preciosa sucesión de hielos macizos y blancos que coronan los Andes a lo largo de todo el país. Chile tiene 80 % de esa agua helada en Sudamérica. La cordillera es literalmente nuestro grifo porque es donde comienzan nuestros ríos. 

Pero lo que nos espera en la altura no es nada auspicioso. 2020 fue el año más caluroso desde que se tiene registro, y arrastramos 14 años de megasequía. Lo que se observa “río arriba” o en la cima tendrá una grave repercusión “río abajo”, o en los valles y ciudades. Y el efecto es lo que muchos llaman “la desertificación”. El país se está secando. 

El desierto no es sólo la ausencia de agua, sino que la pérdida total de condiciones de fertilidad de los suelos cuando además la población aumenta. En las regiones de Valparaíso y Metropolitana, las más populosas, los incendios se están transformando en el gran aliado de un desierto que avanza. Según los expertos, hay que generar nuevas áreas protegidas, parques naturales o reservas, zonas que no vayan a ser usadas productivamente.  El objetivo es que el suelo no pierda su fertilidad.

Arriba es difícil respirar. El aire se pone más delgado con la altura y se hace lento el avance a pie, con los crampones de nuestras botas hundiendo sus garras de metal en los glaciares. Lo que se ve es desolador. El calentamiento global ha hecho lo suyo, y se nota. De los 24.000 glaciares que tiene Chile, sólo dos se han mantenido estables. ¡Sólo dos! El resto ha retrocedido, pierden masa, se fragmentan. Es lo que dice Marc Turrel, fotógrafo de montaña, cronista: “Estos hielos son los centinelas del cambio climático, los primeros que acusan recibo. Por eso este fenómeno se ha duplicado, cuando no triplicado, en los últimos veinte a treinta años”.

Amaro Gómez Pablos y Marc Turrel fotógrafo

Amaro Gómez-Pablos con el fotógrafo, periodista e historiador francés Marc Turrel en el glaciar Echaurren, Chile.

 

El problema, bajo la montaña, es que la cantidad de bocas va en aumento casi inversamente proporcional a cómo estamos perdiendo agua. Hoy, por ejemplo, somos 7 millones de habitantes en la Región Metropolitana. En el 2040 seremos 11 millones y el consumo de agua por individuo es casi el mismo que en la actualidad, 200 litros diarios.  ¿Qué hacer? El desierto está avanzando como una mancha de aceite. Es algo real, no es una alusión figurativa. Unos 400 metros por año, según algunos cálculos. Y una vez que esa aridez se instala, es muy difícil hacer retornar el vergel que había antes.

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Glaciar Echaurren, Chile.


El desierto de Atacama es el más seco del planeta, 50 veces más árido que el famoso Valle de la Muerte en Estados Unidos o el Sahara en África. Está a mil kilómetros de Santiago de Chile, pero acercándose. "Es probable que la capital pase a una situación desértica o semidesértica. Lo que está ocurriendo se relaciona probablemente con el calentamiento global y no muestra indicios de detenerse", dijo Francisco Ferrando, geógrafo de la Universidad de Chile, en un artículo de Bloomberg. Hay mecanismos para frenar y hasta revertir el proceso de desertificación, pero poco o nada se está haciendo. No se han fijado criterios o normas y el mal manejo del suelo persiste. Quemas de siembras, tala de bosques, sobrepastoreo, incendios forestales. Todo aquello se traduce en erosión.

“En Chile no se han llevado a cabo las políticas necesarias y prueba de eso es que el 80 % de las tierras del país están bajo algún grado de degradación. Si hubiera buenas políticas no sería el caso. Debemos seguir el ejemplo de China, Australia y Nueva Zelandia, entre muchos otros, en donde se están plantando literalmente billones de árboles cada año, mientras que Chile continúa perdiendo sus suelos”, dice el Director del Programa de Erosión y Sedimentos de Unesco, Pablo García- Chevesich. La barrera de contención no es otra que sembrar raíces, cultivar árboles para frenar el avance mientras se apela al uso más racional de los suelos. ¿Desaladoras? Sin duda un aporte necesario. ¿Embalses? También. Lo uno y lo otro cumplirá la función que hoy están perdiendo los glaciares, la de producir y almacenar agua.

Chile está adherido a la Convención de la Lucha Contra la Desertificación y adscrito a la Convención del Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Firmar es una cosa. Hoy hay que empeñar la palabra. Y quizá los llamados a que se honren los compromisos y activen las políticas somos nosotros, los ciudadanos, movilizados y organizados, en una directa y urgente apelación a los políticos. Hacerlo es tan vital como nuestro sorbo de agua diario.

A 4000 metros, tanto en terreno como en el sobrevuelo por helicóptero, se percibe el apremio. Una sucesión de montañas sin sus blancas nieves de siempre. Y la cordillera en Chile no es otra cosa que un atalaya… una sucesión de torres que ya están dando la voz de alarma porque desde aquí se ve cómo avanza ese majestuoso, pero estéril desierto de Atacama. Pablo Neruda lo gráfica bien…

"Escuchad el sonido quebradizo de la sal viva, sola en los salares; el sol rompe sus vidrios en la extensión vacía y agoniza la tierra con un seco y ahogado ruido de sal que gime".
 
Eso es el desierto. Una blanca sal de la que no bebe nadie y que hoy se impone sobre esos otros blancos glaciares.